«-Tengo que ausentarme durante algún tiempo. Si quieres, invita a tu familia a venir aquí. Puedes cabalgar por el bosque, ordenar a los cocineros que preparen un festín, puedes hacer lo que te apetezca y todo lo que desee tu corazón. Es más, aquí tienes mi llavero. Puedes abrir todas las puertas que quieras, las de las despensas, las de los cuartos del dinero, cualquier puerta del castillo, pero no utilices la llavecita que tiene estos adornos encima.»
(Fragmento de cuento Barba Azul en “La persecución del intruso. El comienzo de la iniciación» del libro Mujeres que corren con los lobos de Clarissa Pinkola Estés).
Así le dijo Barba Azul a su esposa antes de salir de casa… eso promueve nuestra cultura entre hombres y mujeres para que nosotras en lugar de sacar a la luz nuestro lado femenino más primigenio. Nuestros instintos más innatos que apelan a nuestra libertad irracional y cargada de emotividad, seamos seres dóciles, fáciles de manejar y reproduzcamos este mundo hegemónico masculino del que somos parte. Se espera de nosotras que en lugar de seguir nuestros sentimientos y nuestros instintos seamos “buenas y dedicadas” madres, hijas, hermanas, esposas, amigas y en estos nuevos tiempos además buenas profesionales y exitosas en la vida pública. Se espera que seamos buenas madres pero desde el paradigma occidental en el que una madre no entrega su cuerpo, ni su leche a sus hij@s. No los carga demasiado, ni les canta, ni los arrulla para dormir, ni se desnuda en el piel con piel para acunarlo y proveerle calor, confort, seguridad. Una buena madre que atiende, alimenta y cuida pero sin entregarse en el cuerpo a cuerpo, en los olores y sabores que rodean a la lactancia materna, siempre usando intermediarios que interfieran en ese vínculo profundo y biológico que acompaña a la maternidad real. Ser buena madre incluye usar biberón para que no sea tu cuerpo el que alimente, usar cochecito para que no sea tu cuerpo el que cargue, usar cuna para que no sea en tu cuerpo que duerman, usar ropa para que no sea tu olor el que respiren y con todo eso que no sea demasiado su apego a ti, ni el tuyo a ell@s. Ser buena madre incluye que puedas dejar a tus hij@s al cuidado de otr@s para que puedas regresar a la vida pública a la brevedad y seas económicamente activa y por ende valiosa para tu sociedad.
Ser buena madre en occidente es tener hij@s pero sin comprometerte demasiado con ellos, sin darles demasiado amor, ni seguridad, ni cuidados para que crezcan lo suficientemente desvalidos y desamperad@s como para llenar esos vacíos en adicciones (compras, drogas, alimentos, alcohol). Dejar una huella de carencia profunda a nivel primal es parte del sentido occidental en torno a la maternidad, de manera tal que crezcan sujetos fáciles de disciplinar, domesticar pero con la suficiente agresividad como para que perpetuar la violencia, la competitividad, la guerra.
Enfrentarnos y defender nuestro derecho a ser madres que se rigen no por su cultura sino por su biología es una revolución profunda en defensa de nuestro derecho de mujeres a entregarnos a una vivencia irracional, e intuitiva. No se trata de ser madres desde valores y estándares establecidos por una u otra cultura, no se trata de aplicar juicios de valor en torno a la maternidad; sino de entregarnos a nuestr@s hij@s guiadas por nuestras hormonas, por nuestro cerebro primitivo. ES ser madres desde la necesidad de nuestro cuerpo que al ser prestado a nuestros hij@s ser redimensiona, se ensancha, se transforma y se conecta con ámbitos que hasta entonces nos eran desconocidos. Es la oportunidad de redimensionar nuestros límites y de crecer en ellos.